Wara es una de las bandas más importantes e influyentes de Bolivia, el sonido
único que los caracteriza, define un género y también una época. La banda puede
contemplar orgullosa su legado y sin embargo, como suele suceder en estos casos,
Wara es una banda poco conocida en
el resto del mundo. Una
característica muy boliviana es que por alguna razón, no podemos salir de
nuestras fronteras. Pese a ser uno de los grandes problemas de la escena
boliviana, no hemos podido establecer una respuesta clara a ese enigma ¿por qué
las bandas bolivianas se estancan? ¿cuáles son los factores que explican que no
podamos tener una escena musical reconocida a nivel internacional?
Desde luego, no
puedo dar una respuesta clara pues excede por mucho el cometido de esta reseña,
pero es necesario reflexionar sobre el tema. Mi idea al respecto es que los
bolivianos somos muy conservadores y nos cuesta romper los moldes establecidos,
nos plegamos al conformismo sin ser capaces de rebasar los límites impuestos,
buscamos el reconocimiento de la crítica local reproduciendo viejas fórmulas
atrapados en un círculo vicioso que cohíbe la creatividad.
El estereotipo
social dictamina que ser músico equivale a morirse de hambre, muchos así lo
creen y por eso ven a la música como un pasatiempo y no como una actividad a
tiempo completo que requiere de muchos sacrificios y frustraciones; es un
trabajo arduo y constante y solo la perseverancia podrá coronar un triunfo.
Bolivia ha dejado de ser el país más pobre de América, tiene una economía
dinámica y creo que es el momento de quebrar definitivamente los estereotipos
que hacen de la música una actividad secundaria e irrelevante.
Wara se funda a principios de los años 70 como un grupo de rock progresivo; del
periodo muy pocas cosas se saben, en todo caso el contexto político no era
propicio al surgimiento de nuevas bandas. El primer disco, El Inca, fue grabado en condiciones excepcionales, como los medios
artesanales de los cuales disponíamos en medio de un dictadura cruenta y hace gala
de un imaginario indianista que si bien colinda con la izquierda se demarca de
ella, haciéndolo tolerable para las autoridades locales.
Para poner en
contexto, Bolivia es un país en el cual pervive un delirio racial generando una
diferenciación ambigua entre “blancos” y “no-blancos”, siendo categorías
volubles y arbitrarias; por ello, el hecho que unos “blancos” anden
reivindicando los derechos de los indios era considerado como una actividad
subversiva y revolucionaria, el disco fue censurado y les exhortaron a los
padres, de esos jóvenes descarriados, ejercer mayor control para que dejen esas
cosas de indios. Bolivia es un país que reniega de sus orígenes pese a que la
cultura indígena se manifiesta en todas las prácticas sociales. Wara, es parte de esa generación idealista
(por no decir hippie) que siente curiosidad por la cultura indígena y se
enmarcan dentro del boom del folclore de los años 70.
El Inca (1973) –junto con el Gusano Mecánico
(1974) de Climax– es uno de los
discos más emblemáticos de rock boliviano. Hoy en día suena arcaico, hay una
seria deficiencia en la producción y el trabajo vocal no termina de
convencerme, pero es un disco ambicioso y muy original, abre una nueva senda y
se ha convertido en un referente ineludible del rock progresivo; es un objeto
de colección, una de esas rarezas que los melómanos del mundo andan buscando
con avidez. Es el disco que lo inicia todo pero provoca una crisis de
identidad; la banda se vuelca hacia el folclore en su afán de autenticidad, la
búsqueda de las raíces ancestrales.
Cuenta la leyenda
que por un tiempo no determinado, pues el tiempo es una percepción subjetiva, los
Wara vivieron en cierta comunidad
del altiplano. No tengo constancia de ello, lo cierto es que en 1975 sacan el
primer volumen (
Maya) de la serie
Hichhaningua hikjatata (ahora ha
de ser encontrado) que tiene por finalidad ser el testimonio de las diferentes
facetas del grupo en su cometido de fusionar el folclore con el rock
progresivo. Al año siguiente sacan el
Paya,
no olvidemos que el 76 sale el
Bolivia,
el primer disco de los Kjarkas y los Volúmenes
1 & 2 de
Ritmos y Canciones del
Altiplano de Savia Andina, la crema y nata del folclore boliviano, el nuevo
fenómeno de masas.
El Maya es un
disco inconsistente construido sobre dos “Temas” largos Altiplano y Coca, cuya
complejidad sobrepasa por mucho las técnicas de producción de nuestra disquera
emblemática Discolandia. Esa forma de construir canciones, muy similar al
collage, me hace recuerdo a las experimentaciones de los Pink Floyd
pre-darkside. Claro que la producción es desastrosa, aunque las canciones sean
muy interesantes y la voz de Dante Uzquiano suena mucho mejor que de la Nataniel
Gonzales. Con todo considero que el Paya
es muy superior y la fusión está mejor lograda, es un clásico de la música
nacional e inspiró a una nueva generación de músicos.
El 77 sacaron el primer volumen de la serie
Bolivia,
Oriental,
porque se dieron cuenta que el país es algo más que el altiplano; lo pluri y lo
multi, antes que se pongan de moda. Es un trabajo muy interesante, los teclados
le dan un toque fuera de la común y es subversivo, que los collas toquen
canciones cambas era algo bastante inusual. Muchas veces pasamos por alto el
poder de la música, es también un criterio de integración, más que los
discursos insulsos, la música es lo que llega al corazón. Ese mismo año sacaron
un EP de Villancicos que nunca ha sido reeditado, nunca lo he escuchado pero tengo
la impresión que no me pierdo de nada.
Para 1978 Wara
era una de las bandas más importantes de la escena nacional, el Quimsa lo ratifica, la producción es de
mejor calidad y si bien Wara retoma
canciones de dominio público estampa su sello personal, la versión de la Charla del Jilakata es muy superior a la
versión original grabada por los Jairas, los pioneros del folclore en Bolivia;
el disco es también conocido por tener la canción Nacimiento cuyo segundo movimiento suena muy similar a The Park de Uriah Heep, la verdad es que por mucho tiempo pensé que se trataba
de un cover. La canción aludida fue registrada en el Departamento de Folclore
Nacional en los años 30 y es un villancico de autoría anónima; los Wara siguen la partitura original y
solo le agregan letra.
Nuevamente la leyenda se impone y ésta dice que a principios
de los 70 llegaron muchos músicos como turistas a este exótico país
tercermundista; se rumorea que David Gilmour hizo un viaje espiritual al Salar
de Uyuni, se dice también que Jimmy Page estuvo por el altiplano, donde
aprendió a tocar el charango y que Ken Hensley se dio una vuelta por varias
comunidades potosinas, donde aprendió la canción en cuestión. Los Wara nunca iniciaron una querella
formal pero dicen haber recibido una carta de disculpa del manager de los Uriah; muchos años después Carlos Daza,
el director musical de Wara, grabó
una versión instrumental de Lady in Black
sin tener que negociar derechos de autor.
El Quimsa es un
disco de transición, es el primero en el cual solo figuran como miembros
oficiales Dante Uzquiano, Carlos Daza y Omar León; por ello tiene un sonido
diferente y más trabajado, pues en este disco se define quienes serán los
tributarios del legado. Es el disco que cierra los setenta y abre una nueva
década; cabe también mencionar que entre 1978 y 1982 Bolivia entra un periodo
de fuerte convulsión social, es una de la crisis más graves y agudas que ha
afrontado el país en las últimas décadas. El regreso de Wara, tras cuatro años de inactividad, coincide con el regreso de
la democracia que cierra casi veinte años de dictaduras militares. El Pusi es uno de los discos más vendidos
en la historia de la música nacional, solo superado por los Kjarkas y el
inexplicable fenómeno Loukass. Contiene la canción más emblemática del grupo: Collita, elevada al rango de himno
cultural por un enajenado mental (es un chiste para paceños claro está).
Más allá del anecdotario, el Pusi marca un hito en Bolivia y es el disco en el cual la banda
logra combinar muy bien sus diferentes estilos; es una de las placas con más
composiciones propias, no olvidemos la Fiesta
Aimara II escrita por los hermanos Balboa, que colaborarán con la banda en
los años venideros. Encuentros y Mi Pena son canciones de compositores
legendarios popularizados por la banda, y las demás: Chapaco, Indio Joven y Siento, están sin duda entre las mejores
composiciones del grupo. Creo que es el disco que más disfruto. Con ello los Wara podían descansar plácidamente en
los laureles de sus victorias.
Así lo hicieron. Salieron de gira recorriendo el país a lo
largo y a lo ancho, tocando
Collita,
incluso en la celosa Santa Cruz de la Sierra que tomó muy mal el hecho que una
canción en honor a la belleza de las paceñas sea un taquirari, un ritmo
tradicional camba; es una vieja disputa y una característica muy boliviana,
establecer diferencias ahí donde no las hay. Por lo demás, después de siete de
años sin producir nada, los Wara cierran la década con el
Pheska.
Es el primer disco que graban sin Omar León, el bajista
original, pero marca el regreso de Jorge Cronembold a la batería y de Clark
Orozco en el charango; también es el primer disco que graban con Rolando
Encinas que después continuará su carrera como el director, arreglista y luego
compositor de Música de Maestros,
que casualmente también saca su primer disco en 1989. Pese a ello, en el Pheska hay algo que no funciona bien. El
punto más positivo son las canciones propias, incluyendo Esperanzas, uno de los grandes éxitos de la banda, compuesta y
cantada por Rolando Encinas y Noches de
Amor, una de las canciones más hermosas que ha compuesto Clark Orosco. Las
otras canciones no terminan de convencerme, la voz de Uzquiano suena demasiada
aguda y algo destemplada; los años no pasan en vano.
Ya en los 90, el Sojta
que es una clara continuación del anterior, no aporta nada nuevo, creo que
es el disco que menos escucho; y no es porque sea malo, es demasiado
intrascendente. No obstante destaco la canción Vuelve, con una clara influencia Santana y Mi Regreso. Para una banda, es muy difícil mantener el impulso creativo
y contener las tensiones internas; Encinas es un gran compositor y un líder
natural, lo que causó ciertas fricciones con Uzquiano. Al Sojta le falta cohesión interna, son canciones que fueron grabadas en
sesiones individuales porque el grupo no podía trabajar al unísono y ahí el
agente de la discordia era el ego de Dante Uzquiano. Pese a todo, el disco
confirma la popularidad de la banda, gigantes enanos en un país que en los 90
vio triunfar y colapsar la industria de la música.
Los 90 marcan el auge y el estrepitoso descalabro del rock
boliviano; el intento loable de algunas bandas que trataron de salir de
nuestras fronteras para verse inermes ante la industria. El miserable fracaso y
el repliegue. En Bolivia la cumbia es reina, el folclore la vaca sagrada y el
rock una anécdota. Pese al potencial, la atención del público está en otro
lado; con la incursión de la piratería, es claro que para las bandas es muy
difícil salir a flote; la escena es muy pequeña y la gran tendencia en la
juventud es puertear: asisten a los conciertos, pero solo van hasta la puerta.
Se suele argumentar que la juventud no tiene plata para asistir a los
conciertos; es una verdad a medias, siempre hay plata para gastar en alcohol. Haciendo cuentas, es claro que la gente prefiere gastar su
dinero en vicios. Mil bolivianos es una suma que jamás podrán pagar para asistir
a un concierto, pero es una cuota que estarán dispuestos a dar por asistir a un
preste. El único incentivo de la juventud es el alcohol y si los festivales y
conciertos tuvieran un bar abierto, tal vez llegarían al lleno completo.
Bolivia es un manojo de contradicciones, nos quejamos de lo
caro que es todo pero ni bien recibimos el sueldo, ya lo estamos gastando en
mujeres y alcohol, es el síndrome del oficinista, nunca tiene dinero pero
siempre está en el putero. Y ahora en épocas de bonanza es claro que hay un
derroche por todo lado, pero nadie está dispuesto a invertir en estudios de
grabación ni mucho menos en las bandas locales. Todo artista tiene que financiar
sus obras; por eso hay que ahorrar un par de años para invertirlos en una
grabación.
En 1997, los
Wara
nuevamente entran al estudio y sacan uno de los mejores discos de su
repertorio. La banda funciona mejor cuando se alejan de los cánones habituales
y componen. Nunca olvidaré la impresión que me causó escuchar el
Nacimiento de la Energía por primera
vez, escrita por nuestro buen amigo Koji Hishimoto que también hizo carrera en
Música de Maestros. En esa canción
retoman sus experimentaciones con el rock; tiene un riff bastante agresivo y
creo que es la mejor composición del grupo. Reafirmando su popularidad y
produciendo nuevos éxitos,
Illimani y
La
Coca no es Cocaína siguen sonando en las radios y en los festejos. Tal
vez es necesario puntualizar que la segunda canción, eminente coyuntural,
rescata el carácter subversivo del grupo.
A finales de los 90, la guerra de la coca ya había cobrado
varias víctimas, atizando las convulsiones sociales; fue concebida como la
estrategia definitiva para controlar el comercio de drogas ilícitas; en
realidad lo que hizo fue politizar el sindicalismo cocalero, propugnando nuevos
liderazgos y un nuevo imaginario político: la protección hacia los desvalidos.
La política de la coca cero, la eliminación simple y llana de toda la materia
prima, fortaleció la propuesta discursiva de un proyecto político que algunos
años después tomó el poder, inaugurando un nuevo ciclo en la truculenta
historia boliviana.
Los años 2000, el resurgimiento de las protestas callejeras,
en un tiempo inexorablemente cíclico. El 2001 es la guerra del agua, uno de los
enfrentamientos más graves y consecuentes en tiempos de democracia, la primera
gran victoria de los movimientos sociales y es el año en el cual los Wara deciden regrabar El Inca.
Esa decisión marca una cisura; Carlos Daza se opuso al proyecto, Omar León y
Pedro Sanjinés (miembros originales) le dieron su apoyo a Dante Uzquiano. Sin
la posibilidad de frenarlo, Carlos Daza decidió alejarse del grupo, llevándose
el logo de la banda y los derechos de autor por las canciones que él compuso.
Los tres restante fundaron Wara Producciones para dar fruto
al proyecto; con otro emblema y con una formación renovada, la banda presentó
el disco ante la consternación de la autoridades, una vez más preocupados por
el súbito interés que los indios estaban despertando. Era el amanecer de un
nuevo ideario político que llevó al colapso del sistema y del Estado. El
renacer del inca, es una imagen bastante simbólica en concordancia con el
cambio de paradigmas. Somos la generación que vio a la revolución triunfar y
también somos la generación que esperó un cambio que nunca vino.
En medio de la querella entre los miembros de Wara, divididos en dos facciones, los
que tomaron el nombre de “producciones” sacaron –por fin, el 2002– el segundo volumen
de la serie Bolivia, Oruro. Capital folclórica de la nación y
patrimonio de la humanidad, el disco se estructura sobre tres canciones largas
que son un mix de morenadas, diabladas y tobas; nada nuevo en horizonte aunque
es un disco bastante entretenido, acompaña bien las borracheras del fin de
semana; acabo de darme cuenta que solo lo escucho cuando estoy ebrio. Los
otros, que ultrajados tomaron el nombre de Renovación
Wara, también sacaron un disco ese mismo año, siguiendo el mismo esquema de
todos los otros álbumes de la banda; yo sé que Uzquiano se cree uno de los
mejores vocalistas de todos los tiempos, hasta cierto punto tiene razón, pero
esta variante bastarda demuestra bien que el grupo puede avizorar un horizonte
sin él. Sombreros de Metal es una de
las mejores composiciones de Carlos Daza; Buscándote,
en otro contexto pudo haber sido un mega éxito. La música en Bolivia es un
fenómeno de masas paupérrimas, cuando menos esa es la excusa.
Por un tiempo ambas bandas se enfrentaron en un terreno
compartido hasta que se dieron cuenta de lo ridículo del asunto. La redición de
El Inca fue un error, era innecesario
actualizarlo para adecuarlo al sonido que la banda ha forjado, sigo pensado que
Wara es una de las mejores canciones en
la historia de la música boliviana, su versión actualizada suena más artificial
y forzada; ese disco requiere un arduo trabajo de remasterización, el problema
es que no hay recursos disponibles para dar inicio al proyecto y es probable
que las cintas originales hayan sido destruidas.
Carlos Daza dio batalla, el Dante es bien terco, no quiso
dar marcha atrás; los caminos pueden bifurcar, pero también se vuelven a
encontrar. Tiempos de reconciliación. Esa también fue la idea detrás del
gobierno de Evo Morales, la hora del cambio había llegado. Diez años después
seguimos aquí esperando. La reunión de Wara
se dio el 2005 o 2006, no lo recuerdo muy bien, pero el 2007 sacaron un dvd
(Thakhisar
kutkatasa, volviendo a
nuestro camino), el primer directo de la banda y la verdad es que suena
muy bien. Pero el video deja mucho que desear, es claro que todavía no tenemos
la tecnología para producir directos con un mínimo de calidad. Es el último
disco que graban con Rolando Encinas y el primero con Nicolás Suarez en los
teclados.
El implacable paso del tiempo y en conmemoración a sus
varias décadas de trayectoria, la banda, con Nicolás Suárez como arreglista, se
embarcaron en un proyecto ambicioso, el
Wara
Sinfónico. Siempre he sido un entusiasta de esas fusiones pues soy un gran
admirador de la música clásica. El 2013 salió el dvd y el resultado es
desastroso, la calidad de la imagen es pésima, se puede evidenciar un desfase en
el audio, no está bien mezclado, a ratos las partes de la orquesta suenan muy
fuertes y algo sueltas. La experiencia en vivo fue otra cosa, fueron conciertos
grandiosos, muestran a una banda en muy buena forma, pese a los años, es una
pena que el dvd no haya podido capturar la gran presencia escénica del grupo.
Con todo el
Sinfónico marca un hito
como lo hizo el primer disco. Fue un proyecto osado y creo que esa es la
vocación del artista.
El Kimsaqallqu, por
su parte estuvo madurando desde el 2013 por lo menos, ya en el dvd del 2014 (Pusitunka
Warani) estrenan tres canciones Pascua Linda,
en la cual Uzquiano hace un gran trabajo vocal, Mis penas sobre la quena y Buscándote
canción que Carlos Daza graba con los Renovación Wara. Ese proceso de
construcción creativa fue una experiencia bastante difícil, hay que tener plata
y la buena predisposición de los músicos y las sesiones se retrasaron en varias
oportunidades por la inconstancia del vocalista, tanto así que Daza estuvo a
punto de reemplazarlo; yo sé que al guitarrista en el fondo le duele, pero el
cantante es la imagen pública de la banda, y ese timbre vocal, tan peculiar, es
difícil de igualar.
El octavo volumen, de una serie iniciada hace cuarenta años,
suena bien y aquí la fusión entre los géneros equilibra las diferentes facetas
del grupo como nunca antes lo habían hecho; incluso la morenada, Comandante, tiene más aires de un pop
single que de un estándar de la música nacional. El disco le da paso a una
nueva etapa en la historia del grupo, al incorporar músicos más jóvenes que
tienen ansias de seguir grabando. Según las promesas hechas hace muchos años
atrás, la serie tiene que culminar con el número diez, ignoro la simbología
implícita. Si bien ya se avizora un final, aún quedan pendientes los siete
volúmenes restantes de la serie Bolivia.
Wara, como mucho
de los grupos que escucho, tiene una carga afectiva muy fuerte y me provoca una
emoción desmedida cada vez que los escucho; esa música está ligada a mis años
de rebelión, al despertar de una consciencia social teñida de un socialismo
obtuso. En esas canciones me veo a mí mismo, como un chiquillo idealista pero profundamente
cohibido por el peso del mundo. Por ello Wara
será por siempre una de mis bandas favoritas y este disco me provoca
nostalgia, en cierta medida me reconcilia con mi pasado, con esos años perdidos
en el ocio y la contemplación.